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Hace ocho décadas un arriesgado vuelo al Auyantepuy pudo terminar en tragedia, pero en su lugar consolidó la fama del aviador Jimmie Angel y le dio su nombre a la cascada más alta del planeta

Una de las grandes maravillas naturales de Venezuela y el mundo es el Salto Ángel (“Kerepakupai Vená” en lengua pemón), cuyos 979 metros de altura lo convierten en la caída de agua más alta del mundo y en un popular destino turístico nacional e internacional. Se encuentra en el Parque Nacional Canaima del estado Bolívar y cae desde una de las laderas del Auyantepuy (“Montaña del Diablo”), una impresionante mole de casi dos mil 500 metros de altura y setecientos kilómetros cuadrados, que se cuenta entre las formaciones rocosas más antiguas de la tierra.

Jimmy y Marie Angel

Jimmy y Marie Angel

Aunque se tienen noticias del Auyantepuy desde finales del siglo XVIII, las primeras referencias sobre el Salto Ángel datan de apenas un siglo o menos. Existe cierta controversia sobre la identidad del primer espectador no indígena de la cascada. Por lo general se atribuye este honor al capitán y explorador español Félix Cardona Puig, quien divisó la caída desde el aire en 1927 junto a su colega Joan Mundó Freixas.

Otros, sin embargo, le otorgan el mérito al teniente de marina venezolano Ernesto Sánchez la Cruz, quien pudo ver el salto en 1910, aunque no se preocupó de divulgar masivamente su descubrimiento.

Pero sin lugar a dudas al aviador estadounidense Jimmie Angel le corresponde el honor de popularizar esta caída de agua en todo el mundo y darle su nombre actual. Este 2017 se cumplen ocho décadas de su hazaña aérea más famosa, la ocasión perfecta para revisar la vida de esta leyenda de los aires.

Orígenes y leyendas

En su biografía novelada “Ícaro” (1998), el autor español Manuel Vázquez Montalbán escribe: “Jimmie Angel-el Rey del Cielo-era un hombre de estatura media, cabello castaño, ojos muy claros, manos enormes y una tremenda fortaleza física. Pero lo que más llamaba la atención en él era una burlona sonrisa que raramente se borraba de sus labios, y que hacía concebir de inmediato la falsa impresión de que jamás se tomaba nada en serio”.

La vida de James Crawford Angel, nacido en Cedar Valley (Missouri) el 1 de agosto de 1899, está repleta de hechos fascinantes: se dice que aprendió a volar a los 14 años, que fue piloto de combate en la Primera Guerra Mundial, que sirvió a las órdenes del mítico aventurero inglés Lawrence de Arabia o que llevó a cabo arriesgadas misiones en China y en el desierto de Gobi en Mongolia.

Sin embargo, según Karen Angel, sobrina del aviador, la mayoría de estas historias no han podido verificarse por fuentes vivas o escritas, por lo que quizás se deban a la infinita afición fabuladora de nuestro personaje. Lo que sí es cierto es que Jimmie se vinculó desde muy temprano a la aviación y ejerció oficios como piloto civil, de pruebas y especialista de escenas de acción en películas como “Hell’s Angels” (1930), producida y dirigida por el magnate Howard Hughes, a quien dio vida Leonardo Di Caprio en la cinta de Martin Scorsese “El Aviador” (2004).

Los orígenes de la fascinación de Jimmie Angel por Sudamérica, y más concretamente por Venezuela, también están envueltos en la leyenda. Al piloto le gustaba relatar que hacia 1921 conoció en Panamá a un aventurero escocés apellidado McCraken, quien le ofreció cinco mil dólares a cambio de llevarlo en avión hasta la cima de una montaña desconocida en el sureste de Venezuela. Una vez allí, ambos hombres desenterraron hasta treinta kilos de pepitas de oro.

Aunque la autenticidad de esta anécdota no ha podido comprobarse, no es menos cierto que la búsqueda de un “río de oro” fue una de las grandes obsesiones de Jimmie Angel en el transcurso de su vida. Desde comienzos de los años 30, el aviador vivió con frecuencia en Venezuela, donde trabajó como piloto en diversas misiones para compañías mineras estadounidenses y en expediciones científicas patrocinadas por el Gobierno venezolano.

En noviembre de 1933, durante uno de sus vuelos en solitario, Jimmie Angel vio por primera vez el majestuoso salto de agua en una de las laderas del Auyantepuy. De inmediato empezó a divulgar su «descubrimiento» de la “cascada de un kilómetro de altura”. Vuelos posteriores (en especial el efectuado junto al empresario minero estadounidense L.R.Dennison en 1935) empezaron a atraer la atención internacional sobre aquella maravilla natural de la Guayana venezolana.

Años más tarde, en 1937, Angel obtuvo el apoyo del capitán Félix Cardona, ya mencionado más arriba, y de Gustavo Heny, ingeniero y escalador venezolano de origen alemán (apodado “Cabuya” por su altura y delgadez), para efectuar un aterrizaje en la cima del Auyantepuy.

Los expedicionarios establecieron su campamento en el valle de Kamarata, a veinte kilómetros de la cara sureste de la montaña, y efectuaron varios reconocimientos terrestres y aéreos de la zona. La hazaña aérea se llevaría a cabo con el avión monoplano que Jimmie había comprado un año antes: un Metal Aircraft G2 Flamingo, número de registro NC-9487 con capacidad para ocho pasajeros, fabricado en Cincinnati (Ohio) en 1929 y bautizado con el nombre de “Río Caroní”.

Vuelo para la historia

El 9 de octubre de 1937, a las 11:20 a.m., el “Río Caroní” despegó de Kamarata rumbo al Auyantepuy. A bordo del aparato iban Jimmie Angel, su esposa Marie, Gustavo “Cabuya” Heny y el empleado de éste, Miguel Ángel Delgado. Félix Cardona permaneció en el campamento como operador de radio.

Tras quince minutos de vuelo, la aeronave llegó a la montaña e inició el descenso hasta tocar tierra. Luego de rodar sin problemas durante 230 metros, el aparato entró en terreno pantanoso y no tardó en accidentarse y hundirse en el fango por la parte delantera, quedando la cola del avión suspendida en el aire a las 11:45 a.m. “Como si dijera: Auyantepuy, ante ti me rindo”, contó Gustavo Heny años más tarde.

Los pasajeros solo sufrieron leves rasguños, pero el “Río Caroní” quedó inutilizado tras romperse la manguera de gasolina y dañarse la radio, lo que hacía imposible la comunicación con Cardona. Dos días después se decidió el regreso al campamento por tierra. Antes de partir, los expedicionarios rasgaron varios pedazos de tela y los pegaron en las alas del avión para formar letras con la expresión “ALL OK” y una flecha con la dirección tomada para bajar la montaña. Asimismo, Jimmie Angel dejó en la aeronave una breve carta con los detalles del accidente.

El camino de vuelta tomó once largos y tensos días, pero gracias a las previsiones de Angel y a la pericia como escalador de Gustavo Heny, el trayecto pudo completarse con éxito. Dicha hazaña tuvo un gran impacto mediático y asentó la reputación de Jimmie Angel y su asociación con la monumental cascada del Auyantepuy. Dos años después, en 1939, un informe del Ministerio de Fomento venezolano con los resultados de una expedición científica a la Gran Sabana estableció oficialmente el nombre de “Salto Ángel”. Y en 1949, una expedición liderada por la periodista estadounidense Ruth Robertson y reseñada en la revista “National Geographic” certificó su condición de catarata más alta del planeta.

Jimmie Angel murió en Panamá el 8 de diciembre de 1956 a la edad de 57 años, siete meses después de sufrir un fuerte golpe en la cabeza durante un aterrizaje. Inicialmente recibió sepultura en un monumento a la aviación en California, donde permaneció hasta que su viuda e hijos dispersaron sus cenizas en las aguas del Salto Ángel el 2 de julio de 1960.

El destino del avión

El Flamingo “Río Caroní”, la avioneta con la que Jimmie Angel efectuó su hazaña, estuvo treinta y tres años varada en la cima del Auyantepuy. El Gobierno venezolano la declaró “Monumento Histórico Nacional” en 1964.

En febrero de 1970, la Fuerza Aérea Venezolana desmontó el avión en una operación que duró nueve días y lo envió a Maracay para su restauración y exhibición en varias bases aéreas nacionales.

La idea inicial era regresar el “Río Caroní” al Auyantepuy, en consonancia con los deseos del propio Jimmie Angel. Pero el aeroplano (el único de su tipo que aún existe en el mundo) terminó instalado en el Aeropuerto Nacional Tomás de Heres de Ciudad Bolívar, donde permanece hasta nuestros días.